Buenas preguntas

Por Joaquín Posado Valdueza

Tales de Mileto, uno de los siete sabios de la antigüedad griega, paseaba por las afueras de su casa absorto en la contemplación del cielo. El pensador cayó en un agujero del terreno mientras una criada tracia, que contemplaba el suceso, se desternilla de risa. «¿Acaso quiere mi amo conocer los secretos de las estrellas si no es capaz de ver lo que hay en la tierra?», le preguntó con sarcasmo la graciosa mujer.

Esta simpática historia nos pone de relieve dos planos claramente enfrentados. Uno es el que representa el filósofo, atento a lo que pueda estar pasando encima de su cabeza, curioso por descubrir lo que todavía no sabe, interrogando al firmamento sobre su sentido, aunque, olvidándose del pozo que tenía delante de sus narices. El otro plano nos muestra a la criada atenta a lo inmediato, pragmática, desdeñando la preocupación de Tales por saberes tan lejanos. Es un desprecio osado. Trata de poner en entredicho la utilidad de la filosofía, de la ciencia y de la investigación. Produce cierta tristeza y manifiesta el atrevimiento propio del ignorante. Por cierto, se atribuye al propio Tales de Mileto la anécdota de que habiendo calculado y previsto una excelente cosecha de aceitunas en su territorio, alquiló con antelación las prensas y almacenes para su procesado y se hizo rico.

En nuestro país, encuentro cada día oráculos de la verdad, apóstoles de la certeza y maestros en la respuesta correcta. Doquier, desprecio al que pregunta, amenazas al que duda e insultos a quien busca otras respuestas: radical antisistema, mindundi o boicoteador totalitario. Estamos muy necesitados de buenas preguntas, no tan capciosas como la que hizo la criada a Tales. Porque todos los seres humanos queremos saber, sí, todos aspiramos a conocer. Lo describió muy bien Aristóteles, cuando afirmaba que la contemplación del entorno desencadenaba el proceso, porque los antepasados del hombre habían vivido, como los demás animales, ocupados solamente en satisfacer sus necesidades primarias. Del asombro ante lo contemplado, surge la interrogación por lo que encierran las cosas, por su sentido, más allá de la utilidad inmediata.

Recuerdo con admiración al maestro Paulo Freire. Afirmaba que era necesario desarrollar una pedagogía de la pregunta, ya que siempre se impone una pedagogía de la respuesta. Denunciaba, con razón, que los profesores pasaban mucho tiempo en sus clases contestando a preguntas que los alumnos no habían hecho. Me causa tristeza comprobar que aún hoy, en pleno siglo XXI, los alumnos de Secundaria y Bachillerato siguen recibiendo una docencia magistral. El profesor explica el programa, da igual la atención o el interés de los jóvenes, para después examinar sobre lo dado. La mejor nota para el que mejor reproduzca el tema. Preguntas, las justas, y si no, haber estado más atento/a. La juventud española apenas pudo aprender a preguntar. Esto no resulta saludable para nuestra salud como ciudadanos y nos condena a la inmadurez como pueblo.

En mis clases de Filosofía, de Ética o de Educación para la Ciudadanía, tratamos de poner en práctica algunas de las indicaciones del programa «Aprender a Pensar», propio del proyecto «Filosofía para Niños y Niñas» de M. Lipman. Este educador, filósofo e investigador, propone fomentar el pensamiento crítico a través de talleres de discusión filosófica. Se trata de pensar por uno mismo y mejorar la calidad de mi pensamiento enfrentándolo al de los otros. Se puede aprender a pensar compartiendo nuestras ideas, desde el respeto y la libertad. Un pilar fundamental en cada sesión es la problematización de la realidad. Aquello que ha interesado a los alumnos debe ser fuente de discusión y debe generar diferentes preguntas. Solo alguna será una buena pregunta. Aquella que abra nuestra mente, que disuelva prejuicios, que evite falsos asideros y que admita varias respuestas. Esta forma de educar debe mucho al maestro Sócrates o al filósofo alemán Kant, como se reconoce en el valioso libro del zamorano Pedro Martín Lago y su hija María, «Filosofía para después», en el que dialogan e interrogan a los protagonistas de la Historia de la Filosofía, con el ánimo de que nos ayuden a comprender nuestra vida hoy y después.

El último fin de semana de junio he participado en unas Jornadas Europeas de Educación para la Ciudadanía Democrática y Derechos Humanos, organizadas por la fundación CIVES. Se celebraron en Sevilla y he podido aprender la importancia que en este ámbito tienen las buenas preguntas. Vean: ¿Qué papel juega la educación en la consolidación de una verdadera ciudadanía democrática? ¿Por qué al Gobierno español se le ocurre suspender la asignatura Educación para la Ciudadanía en el momento de peor crisis política e institucional?

Termino con unas palabras del antropólogo Lévi-Strauss: «Sabio no es quien proporciona las buenas respuestas, sino aquel que formula las buenas preguntas».

Texto publicado en la Opinión de Zamora el 5 de julio de 2014.

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